El fantasma de las armas nucleares como causa predominante de una eventual destrucción mundial ha debido hacerle un campito en el averno al demonio de las armas químicas. El uso de armas químicas por Siria saltó hace poco a la luz por causa de la guerra que ha fragmentado y destruido buena parte de ese país, dominio de la despótica dinastía de Hafed el Asad.
La utilización de armas químicas fue primero registrada en la Primera Guerra Mundial. Después, en 1982, el fundador de la dinastía Asad mandó a “gasear” a los 20.000 habitantes de Hama, una localidad al norte de Siria que se había insubordinado contra el régimen. En aquel entonces se adujo que Moscú había sido el proveedor de las bombas.
El recuerdo del incidente quedó flotando en la turbulencia del Cercano Oriente. El interés en comprobar la situación real de la industria de armas químicas en Siria se agudizó en el 2014, un año después de haberse suscrito compromisos de Siria en los que Damasco declaró no poseer instalaciones para producir los citados armamentos.
Una investigación pormenorizada de los sitios en Siria donde el Oeste sospechaba la existencia de arsenales prohibidos, arrojó pruebas confirmando las dudas prevalecientes. Asad, además, escondía 2.000 bombas aéreas diseñadas para esparcir gas mostaza. La Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ) publicó, con base en las investigaciones en marcha, que Damasco lanzó gas mostaza y cloro al menos en dos oportunidades con resultados fatales para miles de civiles, incluidos niños.
Por la manera en que actúan en el organismo, las armas químicas son tan o más dañinas que las municiones convencionales. Las armas químicas así como las biológicas generan gases que son aspirados por las víctimas, se propagan por órganos vitales como los pulmones y producen la muerte.
La agonía es extremamente dolorosa, un suplicio tal que solo la muerte detiene. Los entendidos en este campo señalan que hay medicamentos en etapa de investigaciones para obtener el alivio y ojalá evitar la muerte. Tampoco dejemos de lado el hecho de que los ingredientes de los medicamentos muchas veces se destinan a la fabricación de insecticidas y plaguicidas.
Una consideración inescapable es cómo la deshumanización de las guerras muchas veces conduce, lamentablemente, a la deshumanización de los medicamentos. Con tantos avances en la ciencia quizás surja un remedio para las lesiones derivadas de las armas químicas que aminore el sufrimiento de millones de seres humanos, en particular, los niños.