Todos los hemos conocido alguna vez. Los ídolos con pies de barro no son una novedad. Personajes de alto perfil perseguidos por las sombras de un pasado comprometedor que saltan, sorprenden, asustan y hasta matan.
Los torrentes noticiosos de días recientes han mojado sin misericordia a dos de esas figuras. El primero fue el suizo Sepp Blatter, hasta hace poco presidente omnímodo de la FIFA, rectora del fútbol global. Este antiguo relojero transformó la prominente organización en un vasto emporio que a lo largo de las décadas ha tocado mentes y corazones de millones de aficionados de ese deporte por todo el mundo, incluidos nosotros los costarricenses.
Desafortunadamente, Blatter también convirtió a la FIFA en una máquina de hacer billetes. Las arcas de la FIFA, y asimismo las cuentas privadas de un amplio sector de dirigentes, se llenaron una y otra vez con los sobornos y gratificaciones de filiales y de Gobiernos que se han disputado sedes de torneos y aun la Copa Mundial.
El auge desmesurado de estos vicios despertó hace años la curiosidad y el celo de perseguir delitos de importantes naciones. Sin embargo, no fue hasta que el FBI le entró en serio a la investigación que se desnudó el crimen organizado en torno al fútbol que Blatter y sus compinches idearon. El “Fifagate”, como ahora lo llaman, resultó ser un monstruo desenfrenado y bañado en dólares que en la mayoría de los casos transitaba por bancos norteamericanos. He ahí el resbalón del esquema, pues abrió las puertas a la jurisdicción de Estados Unidos en el ilícito.
El “Fifagate” augura meses y tal vez años cargados de noticias. El novelón apenas comienza. Mientras, los diarios mayores del planeta también se entretienen con las revelaciones sobre los enredos de Dennis Hastert, expresidente del Congreso en Washington. En años mozos, el destacado legislador fue maestro y “coach” de menores escolares. Abusó de muchos, pero el número resulta inestimable, según creen los expertos, ya que la mayoría de las víctimas prefieren el cobijo del anonimato.
A Hastert no lo enjuiciaron por los tocamientos indebidos a menores sino por mentir a las autoridades sobre la razón de una serie de retiros millonarios de sus cuentas bancarias. Dichas cantidades resultaron ser pagos por el chantaje que algunos exdiscípulos demandaron por su silencio. La olla de grillos que se destapó aumenta la sonoridad del escándalo. El asunto nos recuerda que Al Capone fue a prisión no por sus horrendos crímenes sino por no declarar ni pagar impuestos.